Algo más
grande la transité lúdicamente, inventando juegos e historias que a ojos
cerrados reemplazarían a las ovejas que nunca me dieron resultado.
De
adolescente la noche me dio mi primer beso, mis primeros arrumacos y fue
testigo de tantos y tantos escritos en mi diario íntimo.
Siendo más
grande, ya toda una joven adulta, en una lindísima noche de verano a la orilla
del río, me sorprendió la propuesta de formar una familia, momento que marcó el rumbo de mi vida de manera definitiva.
Con poco
para decir y una catarata de sensaciones por dentro, esa noche y las que
siguieron fueron como las de siempre: silenciosas, introspectivas y en muchas
ocasiones, pura tragedia. Pareciera que de madrugada los pensamientos se vuelven
más intensos, todo es blanco o negro. No hay un gris para matizar. De repente
llega la mañana y todo lo cuestiona, lo relativiza. Será que es más sabia. O
quizás más reprimida.
Con la maternidad,
la noche se convirtió en gran protagonista de mis días, de mis conversaciones.
Me obliga a estar alerta, a responder demandas, a evitar que algún pensamiento
intruso me invada cuando las condiciones simplemente están dadas para dormir un rato más.
Cómo cambia
la noche con el paso del tiempo.
Cómo cambia
su disfrute.
Cómo cambia
su soledad y nuestra necesidad de compañía.
oh, el misterio que encierran las noches...
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