sábado, 22 de septiembre de 2012

Mi abuela Elena (por Vanina)

La tarde tenía olor a merienda y sonido de TV. Sentada en mi mesa de madera tamaño diminuto, tal como las de jardín de infantes, me acomodé tímidamente para ver un nuevo capítulo de “Crecer con papá”. Mamá se acercó con el Nesquik y las vainillas y se sentó en la silla vacía, la que sobraba (esa que siempre odié por ser un símbolo evidente de mi condición de hija única).

Directo al grano y sin mirarme a los ojos, me dijo contundentemente:

“Vani, la abuela Elena se fue al cielo”.

No entendí (a los 6 años es difícil entender el concepto de “cielo”).

Para aclarar el panorama profundizó la idea: “Se fue con Jesús. Está con tu angelito de la guarda”.

Intentando comprender, sólo pude preguntarle: “¿Entonces no la voy a ver nunca más?” (26 años más tarde, mi hijo me hizo la misma pregunta, exacta, calcada, cuando le contamos que murió su bisabuela, la abuela de su papá.)

Sabía que mamá sólo quería llorar y estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para contenerse. Me respondió con un “no” muy corto, me dio un beso y se fue.

Vacío, tristeza y angustia fue el condensado de sensaciones que me colmó en un segundo. Tal como una película de suspenso cuando está llegando a su fin, empecé a entender algunas cosas que sucedieron la semana anterior: por qué me quedé a dormir en la casa de tía July, por qué mi madrina me pasó a buscar por el colegio y por qué tomé la leche en su casa más de dos días seguidos, por qué mamá no había estado en casa las últimas noches… Así, bruscamente, le encontré el sentido a los hechos en un momento en que todo parecía desvanecerse y carecer de aquél. Ya no habría más bifecitos al mediodía hechos por sus manos ni remeras de círculos verdes que yo quisiera bajar de la cintura para taparle la cola.

Sin embargo no lloré. Comprendí muy poco. Sentí vacío, mucho vacío. Y hoy, tanto tiempo después, sigo pensándola, recordándola para que no se me borren las tímidas imágenes que tengo de ella (aceptando que ya no recuerdo su voz).
Aun así, me permito pensar que esos seis años compartidos fueron inmensos, intensos, maravillosos. Los mejores años que pudo brindarme mi abuela. Y con eso me dejó el corazón lleno de amor. El mismo amor que hoy reciben mis hijos y con el que quisiera que ellos recordaran a sus propios abuelos.
Vanina

No hay comentarios:

Publicar un comentario