Me confieso
cobarde para pensar y obrar en consecuencia.
Confieso
que estoy harta de las fiestas de fin de año y los “días de…” en compañía de personas con las que uno debe
reunirse por compromiso (sí o sí). Y si estamos en tren de confesiones, confieso
que la sola idea de esos “terceros incuestionables” me parece nefasta.
Confieso
que la única vez que pateé el tablero, lo hice a sabiendas de la aprobación de
la mirada de los otros.
Admito que
soy incoherente, que hay momentos en los que me invade un grito silencioso porque mis hijos me agotan la paciencia y sin embargo, paralelamente, el deseo irracional
o la patética estructura me invitan a pensar en la posibilidad de un nuevo
retoño para traer al mundo.
Confieso
que nunca me preocupé por mis finanzas hasta que un reproche doloroso me puso
de cara frente a mis cuentas en rojo.
Me confieso
culposa. ¿Será por eso que filtro demasiado la verbalización de mis ideas?
…
Y con esta confesión
cierro este escrito, ya que confieso que he descubierto que es la culpa la que
me quita mi libertad de expresión, mi libertad de acción y la que, para ser
honestos, eliminó algunas oraciones del original de este texto. La culpa, la
madre de todas mis necesidades de confesión.
Vanina
los confieso son catárticos.. confieso que comparto casi todas tus confesiones..
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