martes, 17 de julio de 2012

De barro somos (por Elizabeth)

Me causaba asombro. Se supone que venía de un museo. En realidad viene de otras vidas, eso lo sé hoy.

Bajado de su pedestal no parece tan… museológico. Antes creía que era importantísimo. Nadie me lo dio, era de mi padre. No recuerdo haber visto hasta este momento su inscripción, probablemente cuando lo vi por primera vez no sabría leer. ¿Dice Chile? No es chileno, es mío, quiero decir: es de mi planeta, lo sé. Lo sé ahora, en un primer encuentro lo ignoraba.

Mi padre tampoco lo sabía, por eso no me lo quería dar. Creía que era suyo. Hoy está en mi escritorio, en su pedestal, pero nunca le di la importancia que se merece, hasta ayer no lo había notado. Es que no lo recordaba, me parecía un adorno más… pero anoche caí en la cuenta de dos cosas: primero, perdió su valor histórico-económico, no lo tiene, si es que alguna vez lo tuvo. Segundo, y más importante: ganó valor de remembranza, por sobre lo que objetivamente valga. Pude redescubrirlo, y apropiármelo. Está vivo, está super vivo.

Y en ese soliloquio también me preguntaba por qué lo elegí, ¿Por qué no algo más cercano? Porque trascendió años y mudanzas, quieto, silencioso, duro, elevado, inerte y solemne; me respondo.

Sin embargo no era eso, ayer durante la cena pude verlo. Estaba vivo, me miraba, casi que me daba miedo. Hasta que recordé por supuesto, que siempre nos había acompañado con bondad. Con esa bondad silente de los objetos, con esa sabiduría secreta de quien se sabe vivo y antiguo, con siglos encima que no le pesan, que lo vuelven más sublime en su elocuente callar.

Hoy me doy cuenta que vino a buscarme. ¿Lo habría modelado yo, tal vez en otra vida? ¿Es un Dios? ¿Dios de qué? ¿Será la imagen femenina de Dios que tanto me obsesiona descubrir? Tiene caderas anchas… y pelo largo. Todo eso me suena eminentemente femenino, y a la vez, mirado en su conjunto el pequeño es de una masculinidad innegable… encierra secretos en su dualidad, pero ¿Quién no? Nos ocurre a todos en algún punto, a todos los vivos.

Con los años perdió su brillo, se partió, fue remendado. No importa, sigue respirando. Reconozco en él además, marcas que no fueron hechas en esta época. Heridas de la historia que viene a mostrarme. Claro que tuvo que esperar a que pudiera apreciarlas.

Sé que no se lo regalaría sino a quien él eligiera. ¿Por qué no? Me eligió a mí, no creo que la pequeña estatua de arcilla pueda ser apreciada con toda riqueza si la someto a mi elección caprichosa de su próximo dueño.

Sólo espero que, ya se trate de un lejano Dios, de la Diosa que busco, o de un amuleto, pueda yo distinguir con la conciencia despierta, a dónde, y con quién quiere quedarse.

Elizabeth


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